domingo, 22 de marzo de 2009

A menudo cuando se plantean reformas a la educaciòn, la atenciòn se centra en los contenidos y mètodos de enseñanza

A menudo cuando se plantean reformas a la educación, la atención se centra en los contenidos y métodos de enseñanza. No obstante, determinar en forma unilateral que es lo esencial de los conocimientos existentes y cómo deben impartirse es una tarea que resulta la mayoría de las veces ineficaz, puesto que los educandos no los aprenden como debieran ya que les resultan poco significativos para su mundo cotidiano.
Es más asistir rutinariamente a la escuela no representa en sí la oportunidad para que los educandos hagan uso de su capacidad de raciocinio, reflexión y análisis, ni la posibilidad de aprender a relacionarse críticamente con su mundo circundante. En realidad, los objetivos implícitos y explícitos que buscan cumplírsela asistir a la escuela como una exigencia socialmente impuesta poco tienen que ver con el proceso crítico y creativo que significa la adquisición, construcción y aplicación del conocimiento como un objetivo que debería ser esencial para el sistema educativo. Sin embargo, muchos padres sólo ven en la escuela la perspectiva de que los hijos consigan un salario, una “chamba” segura, casa confortable y otras comodidades que supuestamente podrán alcanzar mediante la obtención de certificados de estudios, títulos o grados universitarios.

En este sentido, poco habría que discutir en relación con los contenidos y métodos de enseñanza y sí mucho respecto a los objetivos educacionales que se formulan a lo largo de la estructura escolar, desde el nivel elemental hasta el universitario.

Nos interesa destacar la importancia del sistema escolar en el proceso de aprendizaje ya que el estudiante, independientemente del nivel en el que se encuentra, aprende no sólo de los contenidos programáticos, sino que todos los elementos que rodean al proceso educativo se convierten en mensajes cognoscitivos o afectivos que en ocasiones resultan más significativos para la formación intelectual y emocional que las clases de historia o matemáticas aprendidas mecánicamente y que no despiertan un interés real en los alumnos.

En efecto, en tanto que la sociedad se erige sobre bases organizativas determinadas por estructuras jerárquicas, formas de dominación y relaciones de poder, el aparato escolar responde a esta misma organización. En este sentido, poco puede hacerse mediante la modificación de contenidos y métodos de enseñanza si la base sobre la que descansa el trabajo escolar sigue funcionando con esquemas tradicionales, rígidos, poco creativos y, fundamentalmente, autoritarios.

Los objetivos de la educación, en el supuesto de que ésta se orientará hacia la liberación del hombre y el desarrollo real de todas sus potencialidades, serían la modificación de sus esquemas mentales y de sus actitudes ante la vida de manera que la memorización del conocimiento diera paso a la generación del mismo; que la aplicación mecánica de fórmulas y técnicas establecidas se sustituyera por la crítica de los conocimientos existentes y la elaboración de otros como un proceso natural y no sólo como algo destinado a mentalidades “superiores”. En suma, que el estudiante se encuentre en condiciones tanto de aprender sistemáticamente como de producir conocimientos con el objeto de aplicarlos en la transformación de su mundo circundante.

Empero, en tanto que los contenidos se transmiten en forma mecánica y ahistórica, el estudiante se ve obligado a recordar datos y hechos que le resultan inoperantes para explicar su realidad inmediata y cotidiana. No comprende que para hacer la historia se requiere conocer lo que ha ocurrido previamente; peor aún, no se siente parte de la historia porque todo parece ya hecho y, por lo tanto, no se compromete ni con el estudio ni con su realidad inmediata.

A estas deficiencias debemos agregar que las visiones limitadas, burocráticas y esquemáticas de quienes se encuentran al frente de las instituciones educativas dan al traste con cualquier innovación que pretenda introducirse en la enseñanza.

Se ponen obstáculos a cualquier iniciativa que provenga de los maestros, de los alumnos, y de quienes participan indirectamente en el proceso enseñanza-aprendizaje, para transformar contenidos y métodos de enseñanza que permitan lograr una mejor formación intelectual y emocional de los estudiantes.

En estas circunstancias enseñar a los alumnos a pensar puede significar para ciertos grupos y personas un peligro que no se debe permitir ya que pone en riesgo las formas tradicionales de autoritarismo y ejercicio del poder. Los estudiantes son sometidos muchas veces a discursos que carecen de sentido, resultan inconexos y confusos, aunque se encuentren aparentemente envueltos en un ropaje de veracidad y sapiencia. Con esto se confunde al niño o al joven, quienes llegan a creer que la falta de claridad y coherencia proviene de sus propios esquemas mentales que les impiden comprender correctamente los contenidos, fórmulas, conocimientos, métodos, etcétera, que les son transmitidos en las aulas.

Podría pensarse que estos patrones de enseñanza sólo se presentan en la burocracia estatal enquistada en la educación, pero no es así. Paralelamente a la enseñanza impartida en las instituciones oficiales, se ha desarrollado todo un aparato que va desde el preescolar hasta el universitario controlado en forma privada y en donde los servicios educativos asumen más claramente la calidad de mercancía, en tanto que el receptor paga un precio por consumirlos.
De esta manera, al mismo tiempo que la iniciativa privada forma algunos de los cuadros que necesita, de acuerdo a sus intereses y a su propia ideología, invierte parte de su capital en escuelas privadas como un buen negocio, ya que busca obtener elevadas ganancias como un fin prioritario, pasando a segundo término los objetivos propiamente educativos que toda institución escolar, aun las privadas, deben asumir como un compromiso social.

En las escuelas privadas los programas innovadores responden a las exigencias más claramente definidas por el capital, a la reproducción y respeto fiel de la ideología dominante por lo que cualquier cuestionamiento proveniente tanto de los profesores como de los padres de familia es eliminado mediante diversas formas coercitivas o francamente represivas.

La iniciativa, imaginación y creatividad de los maestros puede limitarse o definitivamente ser anulada por parte de quienes dirigen la institución y con ello el alumno pierde también la oportunidad de usar su capacidad crítica, analítica e imaginativa para recrear el conocimiento y convertir su proceso de formación intelectual en una aventura apasionante.
La dirección de las instituciones escolares bajo criterios burocráticos, esquemáticos, utilitaristas y mediocres representan un costo social muy elevado para la población. La influencia que ejercen dichas instituciones en la educación de los niños puede atrofiar significativamente su inquietud innata por el conocimiento, así como su creatividad.

La inadecuada dirección de las escuelas, insistimos, da al traste con cualquier intento de innovar e introducir cambios significativos en los contenidos y métodos de enseñanza. Aquí resulta válido el señalamiento que hiciera María Montessori “para educar al niño de manera distinta, para salvarlo de los conflictos que ponen en peligro su vida síquica, es necesario en primer lugar un paso fundamental, esencialísimo, del cual depende todo el éxito: y es el de modificar al adulto” (El Niño, el secreto de la infancia, p. 37).

En la escuela los niños están sometidos a una serie de estímulos que repercuten significativamente en su aprendizaje y que se expresan tanto en el contenido de la enseñanza como en las formas organizativas y en la estructura administrativa de las instituciones escolares, las cuales en ocasiones resultan nefastas para los pequeños. En efecto, “en la escuela el niño no se ve expuesto únicamente a experiencias destinadas a beneficiarle, sino también a otras que sirven principalmente para beneficiar a la burocracia. Esto crea tensión, una tensión de la que se resienten el niño y su educación. Los pequeños acusan estas tensiones aunque al principio sean demasiado jóvenes para darse cuenta de ellas”.(Bruno Bettelheim y Karen Zelan, Aprender a leer, p. 14).

En tanto que los niños no sólo aprenden del contenido programático de los cursos, sino de las actitudes y formas de comportamiento de los adultos, las situaciones que reseñamos (el mercantilismo y la falta de interés por la formación integral de los niños) se reflejan en toda la estructura organizativa del centro escolar afectando el proceso de enseñanza-aprendizaje. Por ejemplo, en muchas escuelas privadas se pone en conocimiento de los niños que no tendrán derecho a exámenes finales si sus padres no están al corriente de las colegiaturas, generando con ello inseguridad e inquietud que repercuten en el aprendizaje.

Las críticas a la escuela producidas en la década de los 60 siguen vigentes y las instituciones educativas son un lugar nocivo para los niños cuando en ellas se transmite la peor parte de los elementos que conforman una sociedad: el individualismo, la falta de honestidad, la mediocridad, el abuso y el lucro como formas de vida implícita o explícitamente asumidas.

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